Feria by Ana Iris Simón

Feria by Ana Iris Simón

autor:Ana Iris Simón [Simón, Ana Iris]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2020-11-01T00:00:00+00:00


Patria, estirpe, linaje

Feria

Cuando más me gustaba la feria era por la tarde. Los puestos empezaban a abrir y los ruidos metálicos de los cierres se mezclaban con las primeras frases del de la tómbola, «y otra chochona, y otra chochona; si quiere la chochona, le damos la chochona». Mi abuelo Gregorio le daba a las cajas de juegos de té de plástico o a las muñecas con el trapo en la mano y el cigarro en la boca, mientras le decía a algún crío, sin quitarse el Bisonte de entre los labios, «llora un poco, hombre; llora, que si no lloras, no te van a comprar na».

Los luminosos de las atracciones se encendían sin que fuera necesario porque aún había sol, los de las berenjenas de Almagro empezaba a colocar las tinajas y el del carrito de Torre del Campo que llevaba gusanitos naranjas y chucherías y trozos de coco encendía los chorretes que los regaban para que no se quedaran secos. Entonces yo, que olía mucho a Nenuco porque mi abuela María Solo me había peinado con Nenuco en vez de con agua, sentía que era de la feria, que la feria me pertenecía y yo pertenecía a la feria porque sabía cómo se ponía en marcha, cómo era cuando nadie la veía. Siempre es así, supongo: para sentir que uno pertenece a algo o a alguien, o que algo o alguien le pertenece a uno, es necesario entender sus tramoyas.

Como había aún poca gente podía irme sola adonde las pistas americanas, que era mi atracción favorita, una especie de yincana con una piscina de bolas en un lado, un palo de los de los bomberos en otro y un suelo de colchoneta de plástico que a esas horas a veces quemaba. Siempre olía un poco a pies porque había que subirse sin zapatillas, y el verano que me regalaron las de plataforma, unas deportivas de terciopelo azul con la suela muy gorda y que a mí me parecían de mayor, me pasaba los quince minutos que transcurrían entre que entraba a las pistas americanas y el dueño tocaba el pito para que saliéramos mirándolas de reojo mientras me tiraba por los toboganes o me enganchaba de las cuerdas, no me las fueran a sisar. Ahora cuando paso por una feria siempre me fijo en ellas, en las pistas americanas, que tienen menos sentido que nunca porque desde hace décadas hay parques de ese tipo en cada pueblo y en cada ciudad y pienso en que menos mal que la María Solo murió antes de que se multiplicaran como setas.

Igual cuando más me gustaba la feria era a primera hora porque siempre sentí que había llegado tarde a ella, cuando se intuía que su brillo se apagaría pronto, cuando la olla y el gusano loco se habían empezado a oxidar y la gente ya no esperaba impaciente San Lorenzo o la Virgen del Rosario o la fiesta patronal que tocara para comprarse un ato nuevo y pasearlo por el ferial, sino para irse de vacaciones al Levante primero y a alguna capital europea después.



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